Adiós al Mallku

Publicado en por Gonzalo Flores

Adiós al Mallku

De pronto, políticos e “intelectuales” han empezado a rendir homenajes póstumos a quien en vida fue Felipe Quispe H. Dicen que fue “emblema de la lucha por la inclusión, la igualdad y el reconocimiento pleno de los derechos de los indígenas” (Carlos Mesa); “infatigable luchador y dirigente indígena” (Ivan Arias), “un gran docente, un gran adversario político, un referente para muchas generaciones” (Walter Giacoman). Para el periódico La H Parlante, fue “un productor de ideología política (cuya) originalidad no residía en la entrega de nuevos conceptos, sino en (su) articulación creativa”, y para la Universidad de El Alto, fue el autor de un “valioso aporte a la liberación de los pueblos indígena originarios, su contribución teórica e intelectual en la búsqueda de la descolonización”.  Un candidato a gobernador ha propuesto que se le otorgue el Cóndor de los Andes (Rafael Quispe) y un matemático, que se renombre a la autopista La Paz-El Alto con su nombre (Jorge Patiño).

Muy poco o nada de lo que dicen es verdad.

El Sr. Quispe se basó en una interpretación errónea de la historia. Creyó absurdamente en la tesis de blanco malo / indio bueno y la llevó a sus extremos. Siempre negó el estado primitivo en que se encontraban los reinos aymaras dispersos del altiplano a fines del siglo XVI y no quiso reconocer los enormes aportes civilizatorios de España, cierto es, acompañados de tiranía y violencia. Pero sin la conquista y la colonización no habríamos tenido ni lengua común con el mundo, ni escritura, ni matemática, ni ciudades, ni una gran cantidad de plantas y animales que hoy forman parte de nuestra dieta y riqueza, para mencionar sólo algunas cosas.

Felipe Quispe era en cierto sentido un negacionista: no sólo de la historia, sino también de la ciencia (sostenía que el virus Sars-Cov-2, que le quitó la vida, “no estaba diseñado para indios”) y de los progresos de las sociedades contemporáneas libres (por ejemplo, nunca quiso reconocer los grandes logros de las sociedades industriales).

Uso y abusó de los símbolos y rituales locales, especialmente de los relacionados al ejercicio del poder comunal. Fue abiertamente racista. Como otros, creía en la superioridad de la “raza” aymara. Y así actuaba.  Otros, como Reinaga, habían alimentado el pensamiento indianista, pero él fue el primero en declarar descaradamente la guerra a la República y emprenderla a mansalva contra quienes estaban más a la mano. Se alzó contra un gobierno constitucional. Ninguno de los que hoy honran su memoria dice ni pío sobre eso. El Sr. Quispe ha estado detrás no de una, sino de varias acciones violentas ocurridas en el altiplano. ¿Cuántas muertes ocasionaron sus desvaríos? Porque disparar a alguien es sólo una manera de matar; incitar a otros a que lo hagan da los mismos resultados, pero generalmente más abundantes.

Dirigió movimientos cuyas bases sociales tenían emociones, pero ningún objetivo que pudiera ser aceptado por la sociedad en conjunto. En consecuencia, todas las acciones que dirigió conmocionaban a la sociedad por violentas, pero se desintegraban, pues no lograban instalarse en la esfera política, menos lograr decisiones que pudieran afectar a las instituciones, el modo en que resolvemos las cosas. Quizá eso ayude a entender por qué, habiendo sido diputado, no realizó ninguna acción descollante ni tomó ninguna iniciativa que fuera recordada.

No argumentaba, no oponía un hecho a otro hecho, o una explicación a otra. Simplemente descalificaba al interlocutor por ser blanco, y se apoyaba en la victimización, la ironía y el insulto; exageraba y mentía con frecuencia. Así lo demuestran sus ensayos, todos escritos con una lógica circular: lo que afirmo es cierto, todos los hechos lo confirman; ahora lo que afirmo es más cierto que antes. Era incapaz de negociar, es decir, de hacer política. Porque la política consiste en formar acuerdos aceptables por muchos, para seguir conviviendo y avanzar. No sorprende que las organizaciones que formó se hayan disuelto o dividido, que él haya expulsado a otros, o que otros lo hayan expulsado a él.

¿Por qué entonces, la “clase pensante” dice ahora cuán bueno era? Simplemente porque los representantes de la “clase pensante” son cada vez menos capaces de decir las cosas abiertamente; tienen temor de generar rechazo, y por eso ya no pueden ser una guía moral de la sociedad, ni aspiran a serlo; son apenas fotografías y símbolos en unas papeletas electorales cada vez más devaluadas.

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