“No eran verdaderos socialistas”

Publicado en por Gonzalo Flores

“No eran verdaderos socialistas”

Cada vez que un experimento socialista fracasa, aparecen defensores diciendo que los autores del fracaso “no eran verdaderos socialistas”. Así, aunque a veces dejan a los autores a que sufran su destino, eximen de culpa al socialismo, a la idea colectivista misma, y abren las puertas para que otros socialistas vuelvan a realizar sus experimentos de ingeniería social. Así, el socialismo siempre fracasa, siempre muere y siempre resucita para seguir perjudicando a la humanidad en nombre del paraíso prometido.

El socialismo ha errado en la teoría económica y en la interpretación de la historia, pero especialmente en la puesta en práctica de sus ideas. ¿Cuántos experimentos socialistas hubo en la historia del mundo? Muchísimos. ¿Cuántos han logrado permanecer en el tiempo? Bastante menos. ¿Cuántos han resultado en mejores niveles de producción, ingresos y bienestar para su población? Ninguno.

Actualmente hay muy pocos países que se declaran socialistas: sólo China, Corea del Norte, Cuba, Laos, Vietnam y Wa (una región autónoma de Myanmar). Históricamente ha habido muchos más, como las veintiuna repúblicas que formaron la Unión Soviética. Algunas experiencias socialistas han sido efímeras, como las de Baviera, Eslovaquia, Hungría, Vietnam del Sur. Ha habido también regímenes socialistas marxistas en Argelia, Birmania, Ghana, Irak, Libia, Madagascar y Siria, con duraciones variables.  El socialismo no fue exitoso en ninguno de esos países. No llevó más prosperidad a sus poblaciones ni les dio mejor calidad de vida y más libertades, sino menos.

Los emprendimientos socialistas se basan en principios completamente falsos. El materialismo histórico ha resultado ser una caricaturización de la historia; ningún país ha atravesado ordenadamente por las fases previstas por el materialismo histórico. En ningún país las revoluciones socialistas fueron dirigidas por la clase obrera, como predijeron Marx y Lenin, sino por intelectuales. El materialismo dialéctico no ha pasado de unos cuantos principios presuntamente filosóficos -como la “unidad de los contrarios” y la negación de la negación- y no ha podido desarrollarse en ninguna dirección. La economía política marxista y particularmente la teoría del valor han resultado ser falsas: los precios no se forman mediante la “cristalización” del trabajo, sino mediante asignaciones subjetivas de valor, como han demostrado Menger, Böhm-Bawerk y von Mises.

El socialismo no ha producido mejoramientos importantes en la calidad de vida de las poblaciones que ha subyugado. Todo lo contrario, ha hecho comunes la escasez, la pérdida de poder adquisitivo de la moneda local, la emergencia de mercados negros, el racionamiento y la corrupción. El atraso tecnológico es generalizado y la calidad de los servicios muy inferior a la que se observa en economías basadas en mercados libres.

Todos esos desatinos parten de que los socialistas creen que es posible planificar el futuro, que la ingeniería social es factible y que los comités de técnicos y burócratas socialistas pueden tomar las mejores decisiones y que por tanto pueden decirle a la sociedad qué debe hacer, cuándo y cómo. Están enfermos de arrogancia: creen que tienen todo el conocimiento necesario para planificar el desarrollo de las sociedades, cuando en realidad sólo tienen una mínima fracción de la información que tienen los productores y consumidores que actúan en los mercados y que entienden de sus negocios mucho mejor que ellos. Y a continuación llegan la supresión de la propiedad privada de los medios de producción, -que equivale a liquidar la principal fuente de creación de riqueza en el mundo contemporáneo- y la creación de empresas estatales, inevitablemente costosas e ineficientes y casi siempre corruptas.

 El socialismo requiere, para regir, de un autoritarismo extremo. Llega al poder por invasión (como fue en la mayoría de las repúblicas soviéticas), por guerra civil (como en Vietnam), por traición y ocultamiento de las verdaderas intenciones (como en Cuba). Más recientemente los socialistas han preferido disfrazarse de demócratas y hacer grandes promesas para ganar elecciones, luego de las cuales se quitan la máscara (como en Venezuela y Nicaragua).

Con el socialismo terminan las elecciones libres y competitivas. No las hay ni en China, ni en Cuba, ni en Vietnam, y en los países en tránsito hacia el socialismo los sistemas electorales se están deteriorando aceleradamente. Con el socialismo terminan también las libertades civiles, políticas y económicas. La gente común ya no puede escuchar la radioemisora o leer el periódico que prefiere, viajar fuera de su país cuando le plazca o pueda, expresar sus pensamientos, organizarse, formar asociaciones civiles o políticas. La propiedad privada, piedra angular de nuestra civilización, desaparece o es erosionada hasta el punto en que ya nadie es dueño de su propia casa.

El autoritarismo socialista generalmente toma la forma de una dictadura popular, pues es verdad que los dictadores pueden ser adorados por las masas ignorantes, como lo fueron en su momento Lenin, Stalin, Mao Tse Tung, Pol Pot y Fidel Castro.

Los socialistas están tan convencidos de que portan la doctrina correcta, que representan al “pueblo”, que su partido ha sido esperado por decenios y que su líder ha sido tocado por los dioses para dirigir la revolución, que no dudan en romper la ley cuando ésta se interpone entre ellos y sus metas “históricas”, ni vacilan en reprimir a los opositores, ni en eliminar a los críticos y disidentes.

El socialismo ha sido responsable de la muerte de millones de ucranianos y de chinos por la confiscación de sus cosechas. Ha sido causante directo de millones de muertes en las numerosas invasiones que ha protagonizado y de muchas más en las represiones que ha dirigido en cada uno de los países donde pudo constituirse como dominador.

A la lista de países enumerados más arriba se podría añadir otros que, aunque no se han declarados socialistas, son dirigidos por socialistas, como España, Venezuela, Bolivia y Nicaragua. En ellos, aunque no está plenamente instalado, el socialismo ha causado daños enormes mediante políticas intervencionistas. Generalmente, ha expandido el gasto público, ha generado burocracias innecesarias, ha aumentado el endeudamiento externo, ha controlado los precios, ha creado inflación, escasez de productos, pérdida del poder adquisitivo del dinero y, por tanto, mayor pobreza. Ha llevado la corrupción a extremos inimaginables. También, ha alterado los marcos legales de las democracias, para perpetuarse.

Pero los socialistas no son capaces de examinar objetivamente los hechos, las historias de sus propios países. Por el contrario, son, como ha señalado alguien muy acertadamente, completamente inmunes a la evidencia: nada los convencerá de que actuaron erradamente, por muy grandes que hubieran sido sus errores.

Los que ordenaron la confiscación de las cosechas de granos de Ucrania y causaron el Holomodor, los que ordenaron una operación similar en China y causaron la muerte de millones de chinos por hambre, los que erigieron la Cortina de Hierro, los que regalaron las reservas de oro de España al régimen soviético, los que crearon los campos de matanza en Camboya y los que engañaron al pueblo cubano eran socialistas. Y eran también socialistas los que arruinaron la economía chilena al empezar los años ’70, los que hundieron en la crisis a la Argentina, los que están paralizando a México y arruinando a España, como son socialistas los que instalaron la Asamblea Popular y ahora están saqueando e incendiando bosques en Bolivia.

Pero, cuando sus errores adquieran dimensiones descomunales y sobrevenga el fracaso inevitable, invariablemente aparecerán los intelectuales retorcidos y maliciosos que intentarán liberarlos de sus responsabilidades, recurriendo con aire serio al sonsonete salvador: dirán con aire docto que los responsables de tanto desacierto “no eran verdaderos socialistas”.

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