Sobre las libertades

Publicado en por Gonzalo Flores

Los años ‘60 fueron únicos. Ocurrieron la Guerra Fría, la guerra de Vietnam, la carrera espacial, el movimiento hippie, la construcción del muro de Berlín, la invasión de Checoslovaquia, las revueltas estudiantiles en Francia, movimientos independentistas en África e Indochina, la revolución cultural en China y el descubrimiento de petróleo en Oriente Medio. En Francia una capa importante de intelectuales miraba con admiración a los regímenes socialistas y al Vietcong y criticaba a la sociedad industrial y a la democracia. Fue en ese marco que Raymond Aron dictó tres conferencias sobre la libertad en los Estados Unidos a un público académico. Transcritas y editadas como ensayos (Raymond Aron: Essais sur les libertés. Paris, Fayard, 1965) fueron muy influyentes para Francia en un momento de gran incertidumbre ideológica y lo son hoy para las sociedades latinoamericanas que están en riesgo de perder sus democracias y encaminarse hacia formas degradadas de gobierno. Los demócratas latinoamericanos harían bien en leer esos ensayos, cuyas ideas resumo: 

No existe la libertad, pero sí las libertades: formales y reales, positivas y negativas; libertad from y libertad to; libertad-capacidad, libertad-no impedimento y libertad-poder colectivo de creación; libertades individuales, libertades colectivas y no-libertad, además de una variedad de derechos profundamente emparentados con las libertades. Sería necesario inventar nuevas palabras para designar estados y situaciones de la libertad que no son adecuadamente en representados por los conceptos de uso común.

 

Hay que distinguir claramente entre el liberalismo y democracia. El liberalismo es un conjunto de ideas, una comprensión sobre cómo designar a los que ejercerán el poder. Conduce a la democracia por medio del principio de igualdad ante la ley. Exige respeto a las libertades personales de expresión, discusión, asociación y agrupación. La elección de autoridades no significa nada si no conlleva la posibilidad de elegir. Una democracia es un estado de la política. Está estabilizada cuando es aceptada como legítima por la masa y cuando ha alcanzado un grado de eficacia suficiente. Debe cumplir dos condiciones esenciales: rivales que compiten y están de acuerdo en las reglas del juego político; fuerzas armadas al servicio de la mayoría, para imponer a la minoría recalcitrante la disciplina a la que no quiere someterse. Esta forma de democracia existía a fines de los años ‘60 en los Estados Unidos, el Reino Unido, la República Federal Alemana y Japón, pero no en América Latina, donde no había sociedades propiamente industriales y donde al existir un gran número de partidos, no se podía formar mayorías coherentes.

 

Aron se resistió a adoptar ninguna categoría dogmática de la libertad. Para los demócratas la libertad son los procedimientos legales. Para los liberales es el modo de designación de los gobernantes. Un dogmatismo se puede oponer al otro y no dejar ver que en realidad hay una dialéctica entre ambos conceptos. Los regímenes democráticos-liberales son los que aceptan esa dialéctica, es decir, reconocen que no hay una sola fórmula de la libertad y que la pluralidad impide que unos cuantos sean casi todopoderosos.

 

 

A la distinción común entre dos modelos fundamentales de democracia (el presidencialista y el parlamentarista), Aron prefirió la designación de regímenes “constitucional-pluralistas” y que sus rasgos esenciales eran la existencia legítima de grupos múltiples y el respeto a las reglas para elegir autoridades, así como a las funciones mismas (pg 129-130). Recurrió a los casos de Estados Unidos, el Reino Unido y Francia para mostrar distintas formas concretas de la democracia, de interacción y diálogo entre los ciudadanos, los partidos, el poder ejecutivo y los representantes legislativos. En cualquiera de estos modelos constitucional-pluralistas e independientemente de la forma del “diálogo básico”, las libertades no estaban amenazadas.

 

Aron hizo notar que existe una dialéctica entre las libertades formales y las libertades reales. En los países donde se ha respetado más las libertades formales, se ha avanzado más en la satisfacción de las libertades reales. En cambio, donde se ha dado prioridad a la satisfacción de las libertades reales, se han cancelado o reducido las libertades formales. Se esforzó especialmente en determinar en qué lugar del mundo las sociedades se aproximaban más a la satisfacción de las libertades y encontró que las sociedades industriales que han instalado regímenes constitucional-pluralistas han avanzado mucho más que las sociedades socialistas, donde las libertades y los derechos fueron recortados en nombre de una sociedad futura sin fecha y a favor del partido único y de la élite dirigente.

 

Marx veía una doble alienación: en el trabajo, el hombre estaba encerrado en sí mismo y como ciudadano participaba en la vida del Estado, pero esa participación se situaba al margen de su vida concreta como trabajador; por consiguiente una revolución puramente política que no modifique las bases materiales no permitiría al hombre realizarse (p 31). Sentencia seductora, pero Aron quería determinar la factibilidad de las intenciones de Marx, saber cómo podría el trabajador alcanzar una libertad comparable a la libertad formal del ciudadano.

 

Encontró que el razonamiento de Marx estaba fallado: "el día en que el trabajador se coloca directamente al servicio de la colectividad se convierte en ciudadano a la manera del funcionario, pero…esa politización de la vida económica, el carácter público dado a la actividad que hoy es privada no necesariamente conduce a la liberación de los individuos. Podría ser a la liberación si…la libertad es obediencia a la necesidad y si “en una humanidad dueña de su destino cada cual ejecuta la tarea que la razón común le asigna” (p 36) pero “si la libertad comienza más allá de la necesidad y sólo se cumple dentro del margen de elección y de autonomía reservado al individuo, eso que Marx llamaba emancipación puede, en realidad, convertirse en servidumbre" (p 36). La supresión de la clase capitalista podría quizá abrir la perspectiva de una economía sin explotación, pero también podría instaurar la división de la sociedad en dos partes: por un lado una inmensa mayoría de trabajadores, por otro el Estado, captando los excedentes y repartiéndolos a los miembros de la élite que controla el aparato (p 38). Muchos no le creyeron; deberían hoy mirar a Cuba.

 

Aron señaló que algunas ideas esenciales del liberalismo, como el respeto a las libertades, se habían debilitado en Occidente.  En los años ’60 el criterio decisivo era el bienestar de las masas, la entrega de bienes y servicios, el desarrollo, la eficacia. “Existe más preocupación por acelerar el crecimiento de la economía que por evitar la violación de los derechos individuales o la tiranía de una minoría” (pg 79) Se pasaba de la nomocracia (gobierno de las normas) a la telocracia (gobierno de los fines).  En todo el mundo occidental industrializado ya no se dudaba, a fines de los ’60, que las masas se acercaban a niveles de bienestar y consumo nunca antes imaginados. El respeto a las libertades formales se daba por hecho.

 

Aron estaba interesado en el futuro. Planteó que los comienzos de la modernización económica reducirían la probabilidad de regímenes que cultivaran a la vez la rivalidad de partidos, la participación de las masas y las libertades personales. Para demostrarlo se refirió a varios países de Europa en los que, en fases comparables de desarrollo, el régimen era a veces parlamentario, pero el parlamento era aristocrático. Tampoco le asombraba que los países no occidentales sacrificaran las libertades políticas y personales para satisfacer las necesidades “reales” de la modernización (pg 80-81). Por consiguiente sostuvo que la democracia liberal no era "el fin de la prehistoria" como sostenía Marx, sino el resultado de la historia de las sociedades modernas y sostuvo que no se podía renunciar al bienestar actual en nombre de una ideología de la abundancia futura, ni cancelar las libertades personales (actuales) en nombre de una liberación total (igualmente futura e incierta) (pg 81).

 

La libertad social significa a nivel micro: libertad from y libertad to: que nadie me impida hacer o que me castigue por haberlo hecho. Pero: i) ser libre de hacer (libertad formal) es diferente de ser capaz de hacer (libertad real), y esta incapacidad se puede convertir en no-libertad; ii) todos somos no libres en relación a muchas cosas, libres de hacer muchas cosas y no-libres para negar libertades a los demás. Por tanto no existe la libertad. Toda ley confiere libertades y las quita a otros o a todos. Las libertades de unos cuantos son no-libertades para otros y pueden tomar el aspecto de privilegios (pg 171 y ss).

 

Marx nunca se molestó en describir suficientemente en qué consistía una sociedad socialista. Y tampoco dejó claras las significaciones asignadas al concepto de “libertad real”. La “libertad real” ha sido tan mal definida que sólo se puede aceptar su equivalencia a lo que antes llamábamos “capacidad” (ability) (p 178-179)

 

Las libertades más amenazadas en los años ’60 eran las que defendían los liberales y la amenaza suprema era la del totalitarismo, en el que una organización monopólica, el partido, pretendía extender su autoridad al conjunto de la existencia y negar a toda otra organización el derecho a existir. Muchas formas han cambiado desde entonces. Los autoritarismos de nuevo cuño se declaran también enemigos de las libertades formales, e intentan liquidarlas, argumentando que trabajan para satisfacer las necesidades reales. Pero “cuanto más aparecen las libertades reales, con razón o sin ella, como parte integrante de la libertad, más importante es subrayar que las libertades llamadas formales, personales o políticas, lejos de ser ilusorias, constituyen indispensables garantías contra la impaciencia prometeica o la ambición totalitaria” (pg 121).

 

Las democracias occidentales son atacadas por los extremistas -liberales o marxistas- pero la existencia misma de los ataques es una prueba de la dialéctica entre poderes y libertades. Las libertades formales y los procedimientos democráticos son una protección contra el poder y lo arbitrario, pero también una oportunidad para instruir a los hombres, hacerlos capaces de razón y de moralidad. La libertad política contribuye a hacer a los hombres dignos de ella, a hacer ciudadanos críticos y responsables; ni rupturistas ni conformistas.

 

Los marxistas pretenden crear un "hombre nuevo" adaptado a la sociedad con la que sueñan. Los demócratas occidentales en cambio, no quieren cambiar la "naturaleza humana", sino producir un hombre capaz de dar vida y excelencia a las instituciones, libre en relación con una sociedad cuyos derechos respeta, pero cuyas imperfecciones denuncia. Es libre porque tiene el derecho de buscar la verdad y lo ejerce.

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