Laissez-faire o dictadura

Publicado en por Gonzalo Flores

Laissez-faire o dictadura

Capítulo III Laissez-faire o dictadura

(Resumen, por Gonzalo Flores)

 

  1. Lo que la Enciclopedia de las Ciencias Sociales dice sobre el laissez-faire

Durante más de cien años la expresión “laissez faire, laissez passer” (dejar hacer, dejar pasar) ha sacado de sus casillas a los heraldos del despotismo totalitario. Según estos fanáticos, esta expresión reúne todos los vergonzosos principios del capitalismo. Desenmascarar sus falacias equivaldría a hacer explotar los cimientos ideológicos del sistema de propiedad privada de los medios de producción y demostrar implícitamente la excelencia de sus antítesis, el socialismo y el comunismo.

El noveno tomo de la Enciclopedia de las Ciencias Sociales contiene un artículo, titulado “Laissez faire” escrito por GDH Cole. Este autor se consiente en el uso de muchos epítetos deprecativos. Por ejemplo: “la expresión ‘laissez faire’ no resiste el análisis, es una teoría fallida, un anacronismo, un perjuicio, como doctrina teórica está muerta”. El recurso a estas y muchas otras apelaciones oprobiosas no llega a disfrazar el hecho de que los argumentos del profesor Cole no agarran el problema. El profesor Cole no está capacitado para tratar los problemas involucrados porque simplemente no sabe qué es la economía de mercado ni cómo funciona.

  1. Laissez faire significa economía de mercado libre

¿A quién se debe atribuir el origen de la expresión? En el siglo XVIII, los campeones franceses de la libertad económica, como Gournay, Quesnay, Turgot y
Mirabeau resumieron su programa para uso popular en esta frase. Su meta era el establecimiento de la economía de mercado sin obstáculos. Para lograrlo, propusieron la abolición de toda ley que restringiera la movilidad de los bienes y de los hombres, y que impidiera a la gente más industriosa y más eficiente superar a los competidores menos industriosos y menos eficientes. La famosa expresión fue ideada para designar este concepto

Al utilizar la expresión “laissez faire, laissez passer”, no pretendieron bautizar a su filosofía social como doctrina. Concentraron sus esfuerzos en la elaboración del nuevo sistema de ideas sociales y políticas que beneficiaría a la humanidad. No ansiaban organizar un grupo o partido y encontrar un nombre. Fue sólo más tarde, en la segunda década del siglo XIX, cuando la expresión llegó a significar el modelo completo de la filosofía política de la libertad, es decir, del liberalismo. La nueva expresión fue prestada de España, donde designaba a los partidarios de la libertad religiosa y de un gobierno constitucional. Muy pronto fue utilizada en toda Europa como título para los esfuerzos de los que favorecían un gobierno representativo, la libertad de pensamiento, expresión y prensa, la propiedad privada de los medios de producción y el libre comercio.

“El programa liberal es un todo indivisible e indisoluble, no un montaje de diversos componentes arbitrariamente armado. Sus diversas partes se condicionan mutuamente. La idea de que la libertad política puede ser preservada en ausencia de libertad económica y viceversa, es ilusoria. La libertad política es el corolario de la libertad económica. No es accidental que la era del capitalismo se haya convertido también en la era del gobierno del pueblo. Si los individuos no tienen libertad para comprar y vender en el mercado, se transforman virtualmente en esclavos dependientes de las concesiones del gobierno omnipotente, cualesquiera que sean los términos de la Constitución”.

Los padres del socialismo y del intervencionismo moderno no hicieron distinción entre los aspectos político y económico del liberalismo, pero a medida que pasaron los años, los socialistas e intervencionistas de los países anglosajones descubrieron que atacar abiertamente el liberalismo y la idea de libertad era una empresa sin fruto alguno. El prestigio de las instituciones liberales en el mundo angloparlante era tan abrumador que ningún partido podía arriesgarse a desafiarlos directamente. La única oportunidad del antiliberalismo era disfrazarse de verdadero y genuino liberalismo y denunciar las actitudes de los restantes partidos como falso liberalismo.

Los socialistas continentales rechazaron la democracia con menosprecio, llamándola “plutodemocracia”. “Sus imitadores anglosajones revirtieron su semántica y se arrogaron los títulos de liberales progresistas y democráticos”. “Comenzaron por negar categóricamente que la libertad política fuera el corolario de la libertad económica. Afirmaron con osadía que las instituciones democráticas pueden funcionar satisfactoriamente sólo si el gobierno tiene control total sobre todas las actividades productivas y el ciudadano individual es obligado a obedecer incondicionalmente todas las órdenes emanadas del órgano central de planificación”. No tuvieron ningún escrúpulo cuando robaron el viejo y buen nombre del liberalismo y comenzaron a llamar liberales a sus propios dogmas y políticas. En este país (los EE.UU.) el término “liberalismo” es utilizado muy frecuentemente como sinónimo de comunismo.

“La innovación semántica que los socialistas e intervencionistas así inauguraron, dejó a los defensores de la libertad sin ningún nombre. No había un término disponible para nombrar a aquellos que creen que la propiedad privada de los factores materiales de producción es el mejor medio, y de hecho el único, para hacer a la nación y a sus ciudadanos individuales, tan prósperos como es posible, y hacer que el gobierno representativo funcione. Los socialistas e intervencionistas creen que esa gente no merece ningún nombre, que sólo hay que referirse a ellos mediante epítetos insultantes como “monárquicos económicos”, “aduladores de Wall Stret”, “reaccionarios” y otros”.

Este estado de cosas ayuda a explicar por qué la expresión “laissez faire” fue cada vez más usada para referirse a las ideas de aquellos que defienden la economía de libre mercado como opuesta a la regimentación y planificación gubernamentales.

  1. El argumento de Cairnes contra el laissez faire

Hoy en día, los hombres inteligentes han dejado de tener dificultades para darse cuenta de que la alternativa es: economía de mercado o comunismo. La producción puede ser dirigida por las compras y abstenciones de comprar de la gente, o por las órdenes del supremo jefe de Estado. Los hombres deben elegir entre dos sistemas de organización económica de la sociedad. No existe ni una tercera solución ni un camino intermedio.

Es lamentable que no sólo los políticos y demagogos hayan dejado de percibir esta verdad esencial, sino que hasta algunos economistas se hayan equivocado al tratar los problemas involucrados. John Stuart Mill confundió el tratamiento de la interferencia gubernamental con los negocios.  Esta opinión fue motivada por razones personales puramente afectivas y no por un razonamiento libre de emociones. Y no vamos a discutir los prejuicios de su esposa.

Años después, otro distinguido economista, J.E. Cairnes, se ocupó del mismo problema, aunque no  con la brillante precisión de sus otros trabajos. Según él, la doctrina del laissez faire implica que “la inmediatez del propio interés conducirá espontáneamente a los individuos a seguir aquel camino que sea el mejor para su propio bien y para el bien de todos…”. Esto, dice, incluye dos presunciones: que los intereses de los seres humanos son básicamente los mismos y que los individuos conocen sus intereses en el sentido en que estos coinciden con los intereses de otros. Concluye que si estas dos proposiciones fueran probadas la política del laissez faire tendría rigor científico.

Cairnes acepta la primera premisa (los intereses de los seres humanos son los mismos), pero rechaza la segunda (los humanos conocen sus intereses de acuerdo con sus puntos de vista pero no necesaria ni prácticamente en el sentido en que el interés del individuo es coincidente con el de los otros).

Los seres humanos son falibles y por tanto muchas veces no aprenden lo que sus verdaderos intereses requerirían que hagan. Muchas cosas –pasiones, prejuicios, costumbres - los apartan de la búsqueda de sus intereses en el más alto de los sentidos. Pero ¿existe algún medio disponible para evitar que la humanidad sea perjudicada por el mal juicio y la maldad de la gente? Es una pena que la realidad sea así.

Pero, debemos preguntarnos, ¿hay algún medio disponible para evitar que la humanidad sea dañada por el mal juicio y malicia de la gente? ¿No es ilógico asumir que uno podría evitar las consecuencias desastrosas esas debilidades humanas sustituyendo la discreción del gobierno por la de sus ciudadanos individuales? ¿Están los gobiernos dotados de perfección moral e intelectual? ¿No son los gobernantes también humanos? ¿No están sujetos a deficiencias y debilidades humanas?

La doctrina teocrática consiste en atribuir a la cabeza del gobierno poderes sobrehumanos. Los monarquistas franceses creían que la consagración que se efectuaba en Reims confería al rey de Francia atributos divinos; el legítimo rey no podía equivocarse, no podía hacer el mal y el roce de su mano curaba la escrófula milagrosamente. Igual pensaba el alemán Werner Sombart, quien declaró que el Führertum es una revelación permanente y que el Führer recibe órdenes directamente de Dios. Si se admite estas premisas, ya no se puede plantear objeciones contra la planificación y el socialismo. ¿Por qué tolerar la incompetencia de chapuceros torpes y malintencionados si la autoridad enviada por Dios puede hacerlo a usted feliz y próspero?

Pero Cairnes no está dispuesto a aceptar “el principio del control estatal, la doctrina del gobierno paternalista”. Sus disquisiciones se desvanecen en una verba contradictoria que deja sin responder las preguntas relevantes. No comprende que es indispensable elegir entre la supremacía de los individuos y la del gobierno. Alguien tiene que determinar cómo deben emplearse los factores de producción, qué debe ser producido. Si no es el consumidor, comprando o absteniéndose de comprar en el mercado, debe ser el gobierno, por compulsión.

Si el laissez faire es rechazado en virtud de la falibilidad y la debilidad moral del hombre, por igual motivo también debe rechazarse toda clase de acción gubernamental. El razonamiento de Cairnes, asumiendo que no está integrado en una filosofía democrática a la manera de los monárquicos franceses o de los nazis alemanes, conduce al anarquismo y nihilismo absolutos.

Una de las distorsiones a las que recurren los autonombrados “progresistas” al calumniar el laissez-faire es la afirmación de que la aplicación consistente del laissez-faire debe resultar en anarquía. No es necesario profundizar en esta falacia. Es más importante subrayar el hecho de que el argumento de Cairnes contra el laissez-faire, cuando es llevado consistentemente a sus consecuencias lógicas inevitables, es esencialmente anarquista.

  1. “Planificación consciente” versus “fuerzas automáticas”

Para los autoproclamados “progresistas”, la alternativa consiste en: “fuerzas automáticas” o “planificación consciente”. Sostienen que confiar en procesos automáticos es una estupidez, y que ningún hombre razonable puede recomendar seriamente no hacer nada y dejar que las cosas funcionen sin ninguna interferencia. Un plan, por provenir de la acción consciente, sería incomparablemente mejor a la ausencia de planificación. El laissez faire significaría dejar que el mal perdure y no tratar de mejorar a la humanidad mediante acciones razonables.

Esto es palabrerío absolutamente falaz y engañoso. Su único sustento son las connotaciones implícitas en el término “automático”.

“Lo cierto es que la elección no es entre un mecanismo muerto y una rigidez automática, por un lado, y una planificación consciente, por otro. La alternativa no es planear o no planear. La cuestión es: ¿Planificación de quién? ¿Debe planear cada miembro de la sociedad para sí mismo, o sólo debe ser el gobierno paternalista el que planifique para todos?  El problema no es automatismo versus acción consciente; es la acción espontánea de cada individuo frente a la acción exclusiva del gobierno. Se trata de la libertad frente a la omnipotencia gubernamental” (pg 53).

“El laissez faire no significa dejar funcionar a fuerzas mecánicas sin alma. Significa: dejar que los individuos elijan cómo desean cooperar en la división social del trabajo y que determinen qué deben producir los empresarios. La planificación significa: permitir que sólo sea el gobierno el que elija, y que éste haga cumplir sus dictados a través del aparato de coerción y compulsión”. (pg 54).

  1. La satisfacción de las “verdaderas” necesidades del hombre

“En un régimen de laissez faire, dice el planificador gubernamental, los bienes producidos no son aquellos que la gente “realmente” necesita, sino aquellos de cuya venta se espera las más altas utilidades. El objetivo de la planificación es dirigir la producción hacia la satisfacción de las “verdaderas” necesidades. ¿Pero, quién debe decidir cuáles son las “verdaderas” necesidades?” (pg 54).

El profesor Laski (del Partido Laborista) podría decir que es mejor invertir en viviendas que en cine. Pero los consumidores, al gastar parte de su dinero en entradas de cine, escogen otra cosa. Si en cambio, dejaran de gastar en entradas de cine y gastaran más en casas y departamentos, los inversores tendrían que invertir más en la construcción de casas y departamentos y menos en películas. Lo que el profesor Laski pretendía era desafiar los deseos de los consumidores y sustituirlos por su propia elección; quería suprimir la democracia del mercado y establecer el gobierno absoluto de un zar de la producción. Cree ver las cosas desde un punto de vista más elevado, que por ser un superhombre está llamado a imponer su propia escala de valores sobre las masas inferiores. Pero en ese caso debería haberlo dicho francamente.

“Todos estos apasionados elogios a la sobre-eminencia de la acción gubernamental son solamente un pobre disfraz para la auto-deificación del intervencionista.  ”. (…) “Pero en realidad, el único plan verdadero es el que el planificador individual aprueba totalmente. Todos los otros planes son simplemente falsificaciones”. (pg 55)

“Los distintos planificadores sólo están de acuerdo en rechazar el laissez faire, es decir, el albedrío del individuo para elegir y actuar. Disienten totalmente en cuanto a la elección del plan único a ser adoptado. Cada vez que se pone al descubierto los defectos evidentes e incontestables de las políticas intervencionistas, los campeones del intervencionismo siempre reaccionan de la misma manera. Dicen que estas fallas fueron los pecados del intervencionismo espurio; que lo que ellos defienden es el buen intervencionismo. Y, desde luego el único buen intervencionismo es el que lleva el sello del profesor en cuestión” (pg 55).

  1. Políticas positivas frente a políticas negativas

“Al tratar el escenso del estatismo moderno, del socialismo y del intervencionismo, no debe dejarse de lado el papel preponderante desempeñado por los grupos de presión y los lobbies de los empleados públicos, y por graduados universitarios que desean ocupar puestos en el gobierno” (pg 55)

No sorprende que la mentalidad del empleado público se refleje en las prácticas semánticas de los nuevos grupos. Para los intereses grupales de los burócratas, cada medida que hace crecer la planilla de salarios del gobierno es un progreso. Los políticos que favorecen tales medidas hacen una contribución positiva al bienestar, mientras que los que se oponen hacen una contribución negativa. Muy pronto esta innovación lingüística se volvió general. Los intervencionistas, al reclamar para sí mismos el nombre de “liberales” explicaron que ellos, obviamente, eran liberales y tenían un programa tan positivo como diferenciado de los programas meramente negativos sostenidos por los partidarios “ortodoxos” del laissez faire.

Así, el que defiende los aranceles, la censura, el control del comercio exterior y el control de precios, respalda un programa que proveerá empleos para vistas de aduana censores y empleados de las oficinas de control de precios y de comercio exterior. Se hace ver al laissez faire como la personificación de lo negativo, mientras que, al socialismo, que transforma a todos en empleados del gobierno, se lo muestra como completamente positivo.

Los partidarios del laissez faire no objetan la interferencia gubernamental en los negocios, por odio hacia el Estado o porque estén comprometidos con un programa “negativo”. La objetan porque es incompatible con su propio programa positivo, la economía de mercado libre.

  1. Conclusión

El laissez faire significa dejar que el ciudadano individual, el hombre común del que mucho se habla, elija y actúe sin obligarlo a someterse a un dictador.

 

 

 

Para estar informado de los últimos artículos, suscríbase:
Comentar este post